Ahora me siento explotar como trescientas toneladas de diamante,
en mí hay cargas de impotencia creativa.
Hoy, la Musa llegó a mi casa de visita,
se sentó por un rato y se me fue.
Sus buenas razones ella tenía
y yo no tengo derecho a decir ni ¡ja!
¡Imagínense, la Musa de noche visitando a un hombre!
¡Sabrá Dios lo que digan los vecinos!
Y todo me es tan enojoso a solas.
Es que, según la gente, esta musa
se instaló por días en casa de Blok
y vivió en casa de Balmont sin dar señales de irse.
Todo impaciencia me precipité hacia mi mesa,
pero... ¡Dios, ten misericordia, sálvame!
ella se fue y desapareció la inspiración
y tres rublos, seguro para alquilar un taxi.
Ando rabioso por la casa como una fiera
en celo, Dios la bendiga, yo la perdono,
se fue a visitar a cualquier otro
porque seguro no la agasajé lo suficiente.
E1 pastel cubierto de velitas
se secó y yo me resequé todavía más
y con mis vecinos, partida de canallas, me tomé
el cognac reservado solo para la musa.
Pasaron los años, como la gente, a la lista negra,
todo quedó en el pasado, bostezo de aburrimiento,
se fue sin decir una palabra, a la inglesa,
pero me dejó dos versos
que me han cubierto de lauros, flores y admiración;
aquí están, ¡no hay dudas, soy un genio!.
"Recuerdo el instante maravilloso aquel
cuando ante mí apareciste tú"1
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