Sucedió así: se fueron los hombres, abandonaron los sembrados antes de tiempo, no se les vio más por las ventanas, se esfumaron en el polvo del camino. Se derraman los granos de la espiga, lágrimas de estos campos inabarcables, y en ráfagas el viento frío se cuela por las hendijas. ¡Los esperamos, espoleen los caballos! ¡Bienvenidos, bienvenidos, bienvenidos! ¡Qué no aúlle el viento, que los acaricie y regresen lo antes posible! Los sauces lloran por ustedes, sin las sonrisas suyas palidecen los serbales. Vivimos en altas torres, a nadie se le permite entrar, la soledad, la espera, en lugar de ustedes, habitan en las casas. La blancura de los jóvenes desnudos ha perdido su frescura y encanto y hasta las viejas canciones empalagan y nos tienen hasta la coronilla. ¡Los esperamos, espoleen los caballos! ¡Bienvenidos, bienvenidos, bienvenidos! ¡Qué no aúlle el viento, que los acaricie y regresen lo antes posible! Los sauces lloran por ustedes, sin las sonrisas suyas palidecen los serbales.                            
© Juan Lius Hernández Milían. Traducción, 2010