Mienten, ni abismos ni tinieblas hay sobre nosotros
sino todo un libro de alabanzas y castigos
y lo que vemos es el Zodiaco nocturno
y el tango eterno de las condecoraciones.
Al volver la cabeza hacia el firmamento,
hacia el silencio, el misterio y la eternidad.
vemos las huellas de nuestro destinos y nuestra fugaz vida,
marcada por seriales imperceptibles
que nos custodian y velan por nosotros.
En la boca abismal de Capricornio
un agua estrellada derrama el excéntrico Acuario
y un néctar abrasador en los tríos de libreto
como un dulce bálsamo en vez de grog1.
En el súbito y sinuoso torrente universal,
pintado de sangre o de mercurio,
pero como la bruma de marzo desencadenado,
poderosos Piscis nadan a desovar
por la Vía Láctea hada torrentes más altos.
El decembrino Sagitario dispara hasta el cansancio,
falla, rompiendo sus flechas
y Tauro sin temor parece retozar
en los bosques luminosos de mayo.
Desde agosto el hambriento Leo
contempla a Aries en abril,
en junio, las ternísimas doncellas de Virgo
alzan a Géminis sus manos,
convirtiendo en columpio las balanzas de Libra.
Los reyes luminosos atraviesan las tinieblas
palpables como el hilo de Ariadna,
pero el perverso Escorpión y el misterioso Cáncer
están inofensivos lejos de nosotros.
Los hombres no se quejaron del Zodíaco,
¿no perdieron, acaso, el miedo a las estrellas?
Toman del cielo las constelaciones,
engarzándolas en metales preciosos
y el misterio dejó de ser misterio.
|