Si en algún lugar, una noche extraña y agitada, das un traspiés y estás al borde de la muerte, no te escondas, no te calles, grítame y te escucharé y sabré que es tu voz. Quizás caíste de un balazo en un campo de centeno, ¡resiste! Enseguida iré, mis piernas no se cansan. Volveremos al aire y a las hierbas que curan, pero, no te mueras, enjúgate la sangre. Si estás a caballo ven al galope, tu potro bayo encontrará el camino hacia donde siempre brotan fuentes de agua viva que te van a sanear esas heridas. ¿Dónde estás? Encerrado o por un largo camino, en cuál bifurcación, o cruce, en cuál encrucijada. ¿Quizás, cansado, te ahogas en un vaso de agua y no encuentres el camino para regresar? Aquí, bajo la nieve, corren con tal pureza los arroyos que no hallarás ni inventarás nada más hermoso; aquí, flores, árboles y arbustos no tienen dueño, y si se nos antojan, serán nuestros. Si te es difícil andar con el fango a las rodillas, por los arrecifes, descalzo por el agua con un frío que pela, envejecido, curtido por los vientos, lleno de humo, chamuscado por el fuego; como estés, confía, ven despacio, llega a rastras.
© Juan Lius Hernández Milían. Traducción, 2010