Estoy desvelado, me asaltan sueños presagiosos.
Tomo pastillas, en dormir confío.
No me acostumbro a tragar amargo.
Las organizaciones, instancias y funcionarios
me han declarado la guerra abiertamente
por haber roto el silencio,
por cantar a todo el país con mi voz ronca,
por demostrar que no soy un cero a la izquierda,
por estar rabiando sin dormir,
porque en el extranjero en sus programas
trasmiten mis canciones de ratero de otros tiempos,
considerando si deben excusarse:
"Nosotros mismos, sin el permiso suyo". ¡Bien, bien!
y ¿por qué más? Quizás, por mi esposa,
por no haberaie casado, dicen, con una ciudadana nuestra,
por, dicen, obstinarme en ir a un país capitalista
y no bajar la cabeza,
por escribir una canción, y no sólo una,
sobre cuando, cierta vez, combatimos a los fritz,
sobre un soldado raso que asaltó un fortín
y yo ni en sueños estuve en la guerra.
Gritan que yo les robé la luna,
y que no dejaré de robarme algo más
y la fábula sobrepasa la fábula.
No puedo dormir. Pero, ¡¿cómo es que no puedo dormir?!
¡No, no me entregaré a la bebida! Yo les tiendo la mano
y mi testamento por la cruz lo juro
y yo mismo no olvidaré santiguarme
y escucharé una canción, y más de una,
y en la canción voy a moldear a alguien.
¡Pero no olvidaré inclinarme hasta la cintura
ante todos los que escriben para que yo no pueda dormir!
No los voy a engañar: ¡qué trago más amargo!
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