Mi hombre de negro1 viste un traje gris...
Era un ministro, el encargado del edificio, un oficial,
como un maldito payaso cambiaba sus caretas
y, de súbito, me golpeaba en la boca.
Y, sonriendo, me golpeaba las alas,
a veces mi voz ronca parece un cuchillo
y yo enmudecía de impotencia y dolor
y solo murmuraba: Gracias, aún estoy vivo.
Yo era supersticioso, buscaba una señal
que me dijera esto pasará, soporta, es un absurdo
y hasta me abría paso en las oficinas,
mientras juraba: ¡Nunca más!
De pronto, los histéricos me vociferaban:
"¡Se larga a París como nosotros a Tiumén2!
¡Hace tiempo que a este tipo hay que botarlo de Rusia,
hace tiempo la dirigencia con él es indolente!"
Chismeaban sobre mi sueldo y mi casa enel campo,
decían: "¡Tiene dinero a montones, de noche lo imprime¡
¡Todo lo devolveré! ¡Cójanse sin pago adicional
mi apartamento de tres habitaciones!.
Y me daban buenos consejos,
con altivez me daban palmaditas en el hombro.
Mis amigos, poetas conocidos, decían:
"No vale la pena rimar: desgaritarse con destacarse?.
Y con la muerte me trataba de "tú",
ella vivía en mí reventando de impaciencia,
hacia tiempo la muerte me rondaba
solo un poco temerosa de mi voz ronca.
No tengo intención de evadir los tribunales.
Si me citan, responderé a las preguntas.
Mi vida toda la calculo por segundos
y, más o menos, voy con mi carga a cuestas.
Pero sé lo que es falso y lo que es sagrado,
de todas formas, hace tiempo comprendí algo:
mi camino es uno, muchacho, solo uno
y no tengo derecho a la felicidad.
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