Tengo una guitarra: ¡que tiemblen las paredes!
Ya no veré la libertad, ¡qué suerte tan ingrata!
Cortadme la garganta y las venas, si queréis,
¡pero no rompáis mis cuerdas de plata!
¡La tierra que me trague, quiero esfumarme!
¿Quién me devuelve ahora mi juventud robada?
Se han metido en mi alma, quieren desgarrarme,
pero no quiero que desgarren las cuerdas plateadas.
Se llevaron la guitarra, mi libre albedrío.
«¡Bastardos, miserables!», salió de mi garganta,
«Hundidme en el lodo, arrojadme al vacío,
pero no rompáis mis cuerdas de plata!».
¡Qué ocurre, hermanos! ¡¿Ya no veré, acaso,
más días bajo el sol, ni lunas eclipsadas?!
Me han arrancado el alma, me han enchironado,
y, para colmo, han roto mis cuerdas plateadas...
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