Huyendo de la fama
de golfo y troglodita,
prefiero alistarme
con los antisemitas.
Ellos reciben, casi
sin excepciones,
apoyo y entusiasmo
de muchos millones.
Tomé la decisión.
Mis puños ya palpitan.
Mas habrá que averiguar
quiénes son esos semitas.
¿Y qué pasa si ellos
buenos señores son?
¿Qué pasa si me meto
en algún follón?
Mi amigo y maestro,
un borracho empedernido,
me explicó que los semitas
tan sólo son judíos.
Es una suerte
realmente grande.
¡Tranquilo estoy!
¡No hay nada que me espante!
Y me costó, pues
con muchísimo respeto
tratar solía a Einstein,
llamado Alberto.
Mi estúpida pregunta
me perdonarán:
¿Cómo clasifico
a Lincoln Abraham?
Entre ellos, Kápler1,
desterrado por Stalin;
entre ellos, mi querido
Charlie Chaplin;
mi amigo Robinóvich;
los que sufrieron del fascismo;
incluso el padre
del marxismo.
El mismo borrachín me dijo,
después de unos tragos,
que gustan de la sangre
de los bebés cristianos;
¡Y comentaban los chavales
en la cervecería
que, tiempo ha,
crucificaron al Mesías!
¡En busca de sangre,
malditos tunantes,
torturan en el zoo
a los elefantes!
¡Robaron al pueblo -
estoy enterado -
también la cosecha
del año pasado!
Construyen casas en dirección
a Kursk y a Kazan.
Viven cual dioses...
¡y allí están!
Ya no me asusta
ninguna salvajada:
¡Judío muerto,
Rusia salvada!
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