Por la capital paseaba yo un día, a dos ciudadanos sin querer pegué. Y acabé por eso en la comisaría, allí me la crucé y me enganché. Qué hacía allí, no tengo ni idea, tal vez el pasaporte estaba recogiendo. Blanca alhelí, tan joven y tan bella, la quise encontrar en su vivienda. La perseguí y recordé aquella puerta. ¿Y qué le digo yo? No soy más que un bribón. Un trago me tomé e invité a la coqueta al restaurante de la estación. Le sonreían todos los transeúntes, me entraron ganas de gritar «¡socorro!». Y cuando le guiñó el ojo uno, le asesté un golpe en el morro. Le serví caviar a montones, fluyó como un río el parné. ¡Le pedía preciosas canciones! La de «Grullas»1 por fin le encargué. Le estuve jurando hasta la madrugada, recité como un artista: «En toda la semana no he robado nada, ¡ay, mi amor a primera vista!». Confesé que estaba perdido, con bufanda limpiándome el moco. Y me dijo: «Tranquilo, le creo y le bajo el precio un poco». La zurré, a la pájara bella, en mis venas la sangre hervía: comprendí qué hacía mi estrella aquel día en la policía...
1 canción rusa sobre la II Guerra Mundial. Inicial-mente, fue escrita en avaro por Rasúl Gamzátov, después se tradujo al ruso. La última canción grabada por Mark Bernes.

© Oleg Shatrov. Traducción, 2012