El cielo se ve
claro,
pero hoy cual acero
ladra.
Nuestra tierra,
sorda de estrépito;
y los árboles sangran,
decrépitos.
El humo y la ceniza:
crucifijos erguidos;
las cigüeñas en los tejados
ya no tejen sus nidos.
Espiga, color de ámbar,
¿a tiempo llegamos?
¡No! Pues, en vano
sembramos.
¿Qué es aquello, color de ámbar,
que palpita?
Un incendio que el campo
agita.
De la desgracia huyen todos,
despavoridos...
En vez de los ruiseñores,
¡cuervos con sus graznidos!
Arboles polvorientos:
el otoño está por llegar.
Los que han podido
dejaron de cantar.
No es el momento para mimos,
creo yo.
Entonces, ¿qué pedimos?,
¿el odio?
El humo y la ceniza:
crucifijos erguidos;
las cigüeñas en los tejados
ya no tejen sus nidos.
El bosque, como siempre,
con sus copas habla,
le hacen el coro, gimiendo,
la tierra y el agua.
Y para más milagro,
la floresta entera
Repite ecos largos
de antes de la guerra.
Todos huyen de los horrores
hacia el oriente como locos,
ya se fueron los pájaros cantores,
no quedan cigüeñas tampoco.
El aire custodia distintos
sonidos,
ahora son solo truenos,
rugidos.
Se ahoga el tañido
de la herradura,
el que quiere chillar
solo susurra.
Huyen todos hacia el oriente,
horrorizados,
no hay más cigüeñas
en los tejados...
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