En África, candente y dorada,
en una de sus partes centrales,
a pesar de lo planificado,
ocurrieron hechos fatales.
El elefante dijo, despistado:
«¡Parece que sube la riada!..»
En realidad, la pobre Jirafa
del Antílope quedó enamorada.
Resonaron balidos y ladridos,
y solamente el Papagayo verde
voceaba desde su nido:
«¡La Jirafa es grande y nunca se pierde!»
«Un cuerno me importa
que sea tan cornudo -
clamaba la Jirafa. -
¡Es igual que todo el mundo!
Que no lo aceptéis
me hace mucho daño,
lo siento por vosotros,
¡cambio de rebaño!»
Resonaron balidos y ladridos,
y solamente el Papagayo verde
voceaba desde su nido:
«¡La Jirafa es grande y nunca se pierde!»
El padre del Antílope
desheredó al hijo:
entre los cuernos conservó,
el convencimiento fijo.
«¡De verdad, son tontos!» -
se quejaban los cuñados.
Y al final, con los Bisontes
se fueron los enamorados.
Resonaron balidos y ladridos,
y solamente el Papagayo verde
voceaba desde su nido:
«¡La Jirafa es grande y nunca se pierde!»
En África, candente y dorada,
se terminó el idilio:
derraman la Jirafa y el Antílope
lágrimas de cocodrilo.
Ya no queda remedio,
cambian los horizontes:
¡la hija de los Jirafas
se casa con un Bisonte!
...La Jirafa, quizá, se equivocó,
mas no lo hizo adrede,
la culpa la tuvo aquel que gritó:
«¡La Jirafa es grande y nunca se pierde!»
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