Estoy a punto de explotar como trinitrotolueno,
la ira anticreativa me revienta:
hoy la Musa ha venido a verme,
se quedó un rato y ¡tomó la puerta!
Tuvo motivos bien fundamentados,
no puedo plantear querella:
una Musa, de noche... con un hombre... ¡imaginaos!
Sabe dios qué pensarán de ella.
Pero me siento solo y afligido:
esa Musa - ¡quién lo diría! -
con Blok había convivido,
con Pushkin pasaba días y días.
Me arrojo hacia la mesa del tirón,
pero - ¡dios mío, me perdonarás!-,
ella se fue, se esfumó la inspiración,
y tres rublos, para el taxi quizás.
Doy tumbos por la casa como un loco.
La Musa me da igual, la puedo perdonar.
Se fue, por lo visto, con otro:
no le habrá gustado mi manjar.
La tarta con velas enormes,
se se,có de pena, me agoté también.
Les invité a los vecinos, cabrones,
al coñac, que la Musa no quiso beber.
...Los años fueron pasando deprisa,
quedé aburrido y sin ilusiones.
Callada, se marchó a la francesa,
pero me dejó un par de renglones.
Estas son las líneas, escritas con talento, -
¡vítores y flores para el artista! -
«¡Recuerdo aquel fascinante momento
en el que frente a mí apareciste!»1
|