Vayas en auto o en convoy, o paseando un poco achispado, con tanta máquina, el día de hoy, vivir muchos años es complicado. Un accidente en Moscú, ¡hay que ver! Tres llevaban fiambre al entierro: malheridos todos, incluido el chofer, solo el del ataúd se quedó entero. Las plañideras sollozan entre dientes, el monaguillo no afina la nota baja, las trompetas desentonan, estridentes, no falla solo el de la caja. El exjefe, un canalla encubierto, en la frente lo besaba, entre arcadas; a todos les tocó, solo el muerto no tuvo que hacerle a nadie nada. Sonaron los truenos, al elemento un bledo le importa la homilía; todos huyeron buscando el cubierto, solo el cadáver no se movía. Lluvia, ¿y qué? Ni le va ni le viene. Estos vivientes son unos flojos. Pero los muertos - exgente - es gente valiente, no como nosotros. Seas quien seas, siempre arrastras una etiqueta, una marca en la frente; de esto únicamente te salvas cuando estás en un féretro fuerte. Puede ser tuyo o compartido: el muerto no piensa en la vivienda. Es poco exigente el fallecido, a nadie le da problemas. Entre tinieblas, la vida es escueta: no hay alborotos ni muchos tumultos. Aquí la desgracia acecha a cualquiera, si alguien se libra, son los difuntos.         «¡Al muerto elogia!», oigo el reproche. Tan solo me quejo de nuestro destino: a todos nos va a arrollar algún coche, excepto al que está en la caja metido.
© Oleg Shatrov. Traducción, 2012